A los 16 años entré al mundo de las 64 casillas. En los descansos
entre clase y clase del instituto (la prepa), veía a un grupo de compañeros jugar
al ajedrez; parecían muy interesados y se armaban grandes debates alrededor de
una partida. Yo no entendía lo que pasaba en el tablero porque no sabía ni
mover las piezas. Uno de ellos al ver mi curiosidad se ofreció a enseñarme, me
dijo que no era común que las chicas jugaran y que si me animaba podía tener
oportunidad de conseguir un puesto en las competiciones escolares.


Así comencé, gracias a unas cuantas clases de mi compañero me
gané el puesto para representar al instituto en los juegos nacionales. Recuerdo
lo que sentí al jugar aquella vez, era mi primer torneo y la primera vez que
algo me producía tanta adrenalina. El concentrarme sólo en lo que pasaba en esos 64 escaques, idear una estrategia e intentar llevar a cabo el plan, pensar
también en los posibles planes del bando contrario; resolver los problemas de una
posición complicada, rematar una partida…Emociones que me hicieron seguir en la
lucha del ajedrez a partir de entonces, pasando muchas horas frente a un
tablero, enfrentando todo tipo de adversarios, experimentando la satisfacción
que me producía ganar y el dolor que me producía perder.
Dicen que el ajedrez es como la vida misma, en ocasiones me
lo parece; sin duda es especial, así como lo que te hace sentir.
Ahora no juego tanto como antes, los últimos tres años sólo
he participado en la Liga Catalana formando parte del equipo B del club de ajedrez de Sant Martí, iniciando con mi habitual 1.e4 peón de rey.
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