Una mañana mientras me maquillaba para ir al trabajo,
descubrí una mancha granate en mi mejilla izquierda. Intenté cubrirla con colorete,
al mirarme de nuevo al espejo para hacerlo, vi que me habían aparecido unas
cuantas manchas más en la frente y en el cuello. Fue cuestión de un par de
horas, el rojo acribilló mi cuerpo tal como
si acabara de ser fusilada en el paredón.
A partir de ese día permanecí encerrada en casa, no quería
que nadie me viera en ese estado de enrojecimiento; lo único que hacía era lavarme
a todas horas con la esperanza de que el color desapareciera, pero por el contrario,
la tonalidad se tornaba cada vez más firme y uniforme.
Pasaron dos años para que decidiera volver a salir, enfrentarme
al mundo exterior y vencer la vergüenza que me producía mi imagen encarnada. Era
una tarde de lluvia, dejé el apartamento y bajé rápidamente las escaleras del
edificio, tuve la suerte de no encontrarme con ningún vecino. Al llegar abajo,
caminé vacilante hacia la puerta; a través del cristal sólo se veían pasar sombras
amorfas, me pregunté si serían como yo o tendrían un color diferente. Abrí y lo
comprobé…había parado de llover y en el cielo comenzaba a aparecer el arcoíris.
StaKmon
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