-No he tomado ninguna
mala decisión en mi vida -dijo él.
-Todas las que he
tomado yo han sido malas -dijo ella.
Brindaron por
eso. Era el segundo chupito de vodka, la noche apenas empezaba y aún estaban en
sus cabales para sostener las máscaras de dichas afirmaciones.
Se habían
conocido unos meses atrás. Ella, gracias a una de esas malas decisiones empezó
a trabajar en la empresa donde él trabajaba ya desde hacía bastantes años; cuando
acertadamente decidió dejar su país y aprovechar la oportunidad que aquella
compañía le brindaba. Ella también era inmigrante, pero su mudanza la había
llevado a desviarse del camino pertinente en aquel momento.
Desde el
principio se entendieron bien. Hablando cada uno en su idioma charlaban de la
vida, la de él totalmente organizada perfilaba una línea recta, sin errores; la
de ella, por el contrario, seguía un trazo zigzagueante lleno de traspiés. Ver
el reflejo de lo que no se es o no se tiene, materializado en el otro, era
atrayente para ambos.

No quería explicar sus lágrimas y aunque temía que el alcohol la traicionara provocando un manifiesto de sinceridad; aplacó los sollozos con otro trago, al menos así sino olvidaba el tema, caería desmayada de embriaguez. Él también estaba bastante borracho pero mantenía su habitual compostura. «Ah, siempre igual, ni siquiera el alcohol puede aflojarle las emociones», pensó ella. En el fondo le envidiaba eso, la soberbia tranquilidad de quien dice no arrepentirse de nada.
La taberna estaba
ya vacía, era casi la hora de cerrar. Decidieron beber un último vodka antes de
marcharse y volver cada uno a su mundo. Él se lo acabó de un trago, ella iba
dando pequeños sorbos intentando dilatar el tiempo.
Una escena muy bien narrada, Karla. En poco espacio, has ambientado, has presentado dos personajes, nos has permitido conocerlos, incluso la relación que los une y hasta la distancia que los separa en cuanto a esa relación. ¡Impecable!
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario y valoración David!
EliminarUn saludo